“A los médicos nos preocupan unas falsas creencias cada vez más arraigadas: hay quien piensa que las vacunas pueden generar problemas en la inmunidad natural, que su seguridad está en entredicho, y que pueden provocar reacciones graves” explica Francisco José Sanz Santeufemia, pediatra adjunto del servicio de Pediatría del Hospital Infanta Elena de Valdemoro, “no es así. El hecho de no vacunar, además de ser pernicioso para el niño no vacunado, representa un ejemplo de insolidaridad, al exponer a toda la comunidad a infecciones evitables”.
A finales del siglo XVIII, de modo casual, se observó que el contacto a pequeña escala con ciertas enfermedades generaba protección frente a las mismas. De este modo, se intuyó que la administración de pequeñas cantidades del germen causal a individuos sanos podría prevenir la aparición futura de la enfermedad infecciosa. Así, el ser humano habría “aprendido” a defenderse contra dicho microorganismo.
La vacunación consiste, por tanto, en la introducción en el organismo de pequeñas fracciones de bacterias o virus (extractos purificados, proteinas de su composición celular) que son las responsables de la respuesta inmunológica que la persona creará contra este agresor. Estas cantidades ínfimas de microorganismos podían estar muertas o atenuadas (debilitadas o dormidas) y por ello la producción de defensas de nuestro sistema inmune sería más fácil de realizar.
Desde hace décadas se dispone de vacunas contra el tétanos, la tos ferina, la poliomielitis y el sarampión. Posteriormente, contra la hepatitis B, la varicela o el Haemophilus. Más recientemente, se incorporaron a este arsenal el Papilomavirus, Neumococo y Rotavirus.
La mayoría de las vacunas se administran por vía intramuscular y, precisan de dosis de refuerzo, ya que con 1 sola dosis no generan respuesta de defensa mantenida (inmunidad de memoria). Muchas de ellas, cuando se ha cumplido el ciclo vacunal, confieren inmunidad de por vida. Pero otras necesitan revacunaciones cada cierto tiempo, algunas de ellas de forma anual, como la gripe.
Gran parte de las vacunas son ofrecidas a toda la población pero en ocasiones, algunas de ellas son recomendadas pero no financiadas, como la Hepatitis A o el rotavirus. Dado que en España las competencias sanitarias se encuentran transferidas a las Comunidades Autónomas, cada una de éstas es soberana para la confección de su calendario vacunal propio, hecho que a veces es fuente de desigualdades.
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