Hace 30 años que le dejó su mujer y tuvo alejarse de su hijo. Entró en el círculo vicioso de la ludopatía. Él, Manuel Espejo, tenía una familia y un trabajo normal, como cualquier otra persona, como pintor.
Ahora vive en la calle desde hace tres meses. Su hermano ha dejado de pagarle una pensión porque se la gastaba jugando. Aunque no le guarda rencor.
Él reconoce que la situación en la que vive es consecuencia de sus actos y no echa la culpa a nadie más que sí mismo. Pero dormir en la calle es especialmente difícil y hay que hacerlo siempre con un ojo abierto. Se ha buscado cobijo a la entrada del pabellón Fernando Martín de Fuenlabrada, donde en los buenos tiempos entrenaba al equipo de fútbol sala de su hijo.
Ahora llega el verano, pero Manuel teme que su situación se alargue y le alcance el invierno. Conoce de primera mano otros casos. Ha hecho compañeros en el Centro de Día El Abrigo, donde les dan de desayunar y de comer, pueden asearse y les ofrecen asesoramiento legal si lo necesitan.
Algunos cobran una pensión mínima, pero otros han compartido con él la cama improvisada de cartones. Manuel habla del juego, como otros hablan del alcohol, las drogas o, simplemente, la mala suerte. Caminos hay muchos para acabar en este último escalón de la ciudadanía.
A sus 57 años Manuel ve difícil que pueda encontrar un empleo y, sin ingresos, salir de la calle se le antoja cuesta arriba. Tampoco quiere pedir limosna porque sabe que se la jugaría.
Por eso él, y otros compañeros del centro, han pedido que se habilite algún tipo de albergue en el municipio para que puedan pasar la noche.
Mientras pasa los días de su improvisado dormitorio al Centro de Día, conviviendo en la sombra con el resto de los ciudadanos y con su problema con el juego. Por el momento se ha apuntado a la Asociación Fuenlabreña de Jugadores en Rehabilitación y asegura que lleva cuatro años sin jugar. Le deseamos suerte.
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