Iván Carabaño Aguado, jefe de servicio de Pediatría del Hospital Universitario Rey Juan Carlos de Móstoles, recuerda que el asma es un inflamación crónica, reversible, de los bronquios y que tiene como síntomas “tos, pitidos en el pecho y sensación de falta de aire”. En ocasiones, además, aparece dolor en el pecho y, por ello, Carabaño explica que “es importante que el paciente y la familia sepa reconocer cuándo se está presentando una crisis de asma, para que ellos mismos inicien el tratamiento. El tratamiento precoz hará que el cuadro sea menos grave.”
En los niños más pequeños, el desencadenante suele ser una infección respiratoria, mientras que, en niños más mayores, puede ser secundaria a un cuadro alérgico (pelo de animales, pólenes, hongos, ácaros…); otras veces guarda relación con el ejercicio físico, con la inhalación de humo del tabaco o con la exposición a aromas muy pronunciados.
“En algunos casos, especialmente si el niño tiene muchas crisis asmáticas, conviene hacer una espirometría, que es una prueba que consiste en “soplar” con fuerza sobre la boquilla de una máquina” señala el pediatra; esta máquina registra los volúmenes de aire que somos capaces de movilizar, la fuerza y rapidez con la que lo hacemos y el volumen de aire que queda en nuestros pulmones tras echar el aire. “Su pediatra de cabecera les aconsejará cuándo están debidamente indicadas éstas pruebas complementarias” subraya Carabaño.
En el caso de los fármacos recomendados, hay dos grupos: por un lado, los broncodilatadores, que se han de usar cuando aparecen los síntomas, y por otro lado, los antiinflamatorios, que se usan de continuo durante meses, y que tienen efecto preventivo: hacen que las crisis sean menos intensas y menos frecuentes. Igualmente es necesario conocer algo más sobre las cámaras espaciadoras: son dispositivos que facilitan el uso de los inhaladores en los niños.
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