Pasan la noche entre bolsas de patatas fritas y vasos de café. Charlando. Barruntando sobre su futuro y el del la sanidad pública de la Comunidad de Madrid. Y barruntan, conjeturan, porque nadie les ha confirmado cómo se va a hacer exactamente el proceso, y las reuniones con la gerente del centro, de momento, no están siendo muy reveladoras.
No quieren hablar del problema laboral, todos opinan que lo que de verdad importa es la disminución de la asistencia a los pacientes, que habrá menos personal, menos recursos, más saturación… Pero a nivel personal su vida también cambiará.
Javier Blázquez lleva desde el primer día del Hospital Infanta Cristina trabajando en sus pasillos. Es enfermero, y explica cómo muchos de los profesionales fueron “premiados” laboralmente para que acudieran al centro. Trasladaron su vivienda, su vida, pero ahora, con la privatización, podrían ser reubicados a otro centro, a otro turno, a otra vida.
Charo Aparicio es auxiliar de enfermería y tiene 15 años de experiencia en la sanidad pública, aunque lleva ocho meses en Parla. Y cree que con la reubicación se disminuirá el personal, por lo que tendrán más trabajo, estarán más cansados e, inevitablemente, afectará a la atención al paciente.
Pero siguen con su lucha, encerrados en el centro. Están cansados, tienen cara de sueño, pero no quiere abandonar. Se nota en la cara de Mónica Romero, enfermera, que también conoce el hospital desde sus inicios. Dice que protestan en sus horas libres, en sus jornadas libres, porque merece la pena.
E insisten en que esto no es una protesta sindical, política o caprichosa. No. Aquí lo que está en juego es la salud de los pacientes. Una salud que creen que en manos privadas no va a estar tan garantizada.
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