Fran Soria, geriatra del Hospital Sur de Alcorcón y del Hospital Universitario Infanta Elena de Valdemoro, apunta que la fibrilación auricular (FA) es la arritmia cardiaca crónica más frecuente y se calcula que afecta a un 1-2% de la población. “Su prevalencia se incrementa con la edad, de modo que se estima que la padece un 8,5% de la población española mayor de 60 años. Un paciente con fibrilación auricular tiene cinco veces más riesgo de ictus embólico”.
Para evitar que se formen coágulos en la circulación (“es decir trombos”), se toman sustancias que reducen el efecto coagulante de la sangre (“coágulos dentro de la circulación”). Existen sustancias que antagonizan a la Vitamina K (“que es esencial para nuestra coagulación”) como en acenocumarol (“Sintrom”) o la warfarina (“Aldocumar y Coumadin”). Estos medicamentos requieren controles regulares de un valor de laboratorio llamado INR que sirve para garantizar que el paciente tiene un efecto adecuado sobre la sangre, “es decir que no está muy bajo y que el fármaco tiene poco efecto sobre la sangre y debemos aumentar su dosis porque hay riesgo de coágulos” o muy alto, “que debemos reducir la dosis o suministrar Vitamina K porque hay un excesivo riesgo de sangrado y esto conlleva la posibilidad de hemorragias”. Recientemente se han introducido en el mercado anticoagulantes con un mejor perfil de seguridad, como dabigatrán, apixabán o rivaroxabán, que ejercen su efecto de una manera más segura y no necesitan controles periódicos de la coagulación. Los anticoagulantes orales también se usan ayudar a resolver las trombosis y también los pacientes con válvulas cardíacas metálicas tienen riesgo de generar coágulos por lo que deben tomar anticoagulantes. En España se estima que alrededor de unas 600.000 personas se encuentran bajo tratamiento anticoagulante oral.
Al igual que los anticoagulantes mas antiguos, los nuevos anticoagulantes “requieren un historial de buen cumplimiento terapéutico que permita prever de forma razonable la buena adaptación a las instrucciones del nuevo tratamiento”. Aspectos como la dieta pueden afectar el uso de anticoagulantes orales más tradicionales; es decir, “si se consume una mayor cantidad de vitamina K reduce el efecto del fármaco y una disminución de las ingesta habitual produce el efecto contrario”. La mayor parte de la vitamina K procede de los alimentos de origen vegetal, especialmente hortalizas de color amarillo oscuro o verduras de hoja verde como las espinacas, el brócoli, el repollo, la lechuga romana, las endibias, la col rizada, la remolacha, los espárragos y algunas clases de soja fermentada.
Además de eso, la Sociedad española de Endocrinología y nutrición recomienda evitar modificaciones drásticas en su dieta habitual como dietas de adelgazamiento con pocos vegetales o aumentar bruscamente la ingesta diaria de alimentos con alto contenido en vitamina K; los alimentos de origen animal no suelen contener cantidades apreciables de vitamina K (salvo el hígado) y pueden ser tomados sin preocupación o usar preferentemente aceite de oliva virgen tanto para cocinar como para condimentar.
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