Enrique La Orden Izquierdo, gastroenterólogo infantil del Hospital Infanta Elena de Valdemoro, explica que la relación entre la dieta y la salud es algo conocido desde la Antigüedad. “La nutrición ha ido evolucionado y su conocimiento nos ha permitido prevenir enfermedades carenciales, evitar alimentos nocivos para la salud y en la era actual retrasar la aparición de enfermedades crónicas degenerativas e incluso servir de tratamiento en algunas de ellas”.
Se diferencian de los alimentos enriquecidos en que estos aportan nutrientes deficitarios en la población como la sal yodada o el agua fluorada, pero que no ejercen otros efectos beneficiosos; “también hay que distinguirlos de los suplementos alimentarios, más próximos a la farmacología, cuya apariencia se asemeja más a la de un medicamento y cuya biodisponibilidad es menor que vehiculizada en el propio alimento” señala La Orden.
Existen cinco categorías de alimentos funcionales: probióticos (microorganismos vivos), prebióticos (ingredientes no digeribles de la dieta que estimulan el crecimiento de una flora favorable), simbióticos (mezcla de ambos), nutrientes (antioxidantes como la vitamina C y los ácidos grasos poliinsaturados) y no nutrientes (su ingesta es beneficiosa por su efecto funcional). Su efecto ha sido estudiado en el desarrollo temprano, obesidad, osteoporosis, en las enfermedades cardiovasculares y en el cáncer.
Algunos alimentos funcionales son muy célebres, como la leche, por su contenido en lactosa (prebiótico), los frutos secos (gran contenido en ácidos grasos poliinsaturados), fresas (ricas en flavonoides), frutas y verduras (ricas en fibra) mejoran el grado de funcionalidad de nuestra dieta.
Los alimentos funcionales suponen una oportunidad, tanto para la industria de la alimentación como para el consumidor, para fomentar la salud a través de la nutrición, mejorando el estado de bienestar o reduciendo el riesgo de enfermar. No son sustitutos de una dieta bien diversificada y tampoco son curativos por sí mismos, pero combinados con un estilo de vida sano (ejercicio regular, evitación de hábitos tóxicos…) pueden ayudar a mejorar nuestra longevidad.
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