Iker Casillas levantó la copa del mundo con el impulso de un país entero en sus brazos. La explosión de alegría sólo fue comparable al sufrimiento propio de una final, un partido en el que España volvió a deslumbrar al planeta con su posesión de balón y sus oportunidades. Miles de personas vivieron la final en las calles de ciudades como Fuenlabrada, que se vistió de rojo y amarillo para enviar el aliento tan necesario en una prórroga histórica.
España dominaba bajo la batuta de Xavi Hernández, pero el gol no terminaba de llegar. Villa, Navas o Xabi Alonso lo intentaban desde lejos, entrando por banda y de todas las formas posibles, pero no llegaba. La respuesta holandesa fue la violencia sin castigo arbitral, y sólo Robben inquietó la portería española en un segundo en el que Casillas hizo recuperar el aliento a 47 millones de personas que aguantaban la respiración.
Y entonces llegó Iniesta. Fernando Torres inició la jugada, Cesc desempolvó el tiralíneas e Iniesta hizo estallar a España entera con su bolea. Quedaban sólo cuatro minutos y los rostros de los seguidores eran un poema. Poco después llegaba el pitido final y el sueño se hacía realidad. España era campeona del mundo.
Las lágrimas inundaron la cara de los aficionados al fútbol. Grandes y pequeños eran conscientes de que habían tenido que pasar 80 años para que la roja levantara la copa del mundo. En la memoria de todos Cardeñosa, la nariz de Luis Enrique y Al Gandhour, entre otras muchas decepciones e injusticias. Pero en 2010 el fútbol fue justo. La fiesta se trasladó a las fuentes de todo el país, pero eso ya es otra historia.
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